Ayer fui al psiquiatra. Le comenté que creo que soy esquizofrénico o algo así. Oigo voces en mi cabeza que me susurran cosas malas, veo alucinaciones y tengo una extraña sensación de que mi vida es controlada por seres superiores. "Tengo miedo y no se que hacer", le dije. Me miró con esa cara de frontón que ponen los loqueros y me invitó a que continuara con la perorata. "Y creo que sufro un trastorno de múltiple personalidad". Si a veces me pregunto si soy de izquierdas o de derechas o de centro o estoy en un rincón, castigado con los brazos en cruz. "Aparte de esto, cada día estoy más apático, ¿no será depresión? Por que siento que no tengo fuerzas para nada".
El doctor me miró y cambió ligeramente su expresión. Su cara tomo un rictus parecido al de Carlos Sobera cuando espera a que el concursante diga su opción. Sí, esa mezcla entre tensión por la espera y disimulo, que transmite sólo una cosa: si no me pagaran, y bien, por hacer esto, los caretos los iba aponer su madre.
Tras unos segundos de incertidumbre, el doctor me pidió que relatara como era mi vida un día cualquiera. "Oh, eso es fácil. Me levanto; me ducho; desayuno; trasteo en internet; veo algún capítulo de alguna serie yanqui; como; veo más capítulos o alguna película; quedo con algún amigo; ceno; más películas y series; leo un rato y me acuesto. Esto es así de lunes a viernes, pura rutina". Entonces la cara del doctor se iluminó. Una extraña sonrisa surgió en ella. "Bien, problema resuelto. No le pasa nada. Sólo es un ciudadano NORMAL".
Si amigos, hoy en día ser normal es todo esto y más. Cuando tenga que pagar una hipoteca, sacar adelante a una familia y pagar mis impuestos todos estos síntomas se agudizarán. Aparecerá la oligofrenia y la alienación. Pero es aquí cuando surge también lo bueno, cuando el ciudadano de a pie se eleva sobre la masa y reclama su puesto. Entonces, y no antes, será cuando mis semejantes me respetarán, incluso puede que me den un premio, o me dediquen una calle. Me convertiré en uno de esos faros de la sociedad y la opinión pública. Una máquina de decir sandeces y perogrulladas, pero las esconderé bajo un lenguaje frlorido y pomposo que haga sentirse al ciudadano medio un ser inferior. Es un buen futuro. Porque cuando sea mayor, quiero ser un ciudadano ejemplar.
El doctor me miró y cambió ligeramente su expresión. Su cara tomo un rictus parecido al de Carlos Sobera cuando espera a que el concursante diga su opción. Sí, esa mezcla entre tensión por la espera y disimulo, que transmite sólo una cosa: si no me pagaran, y bien, por hacer esto, los caretos los iba aponer su madre.
Tras unos segundos de incertidumbre, el doctor me pidió que relatara como era mi vida un día cualquiera. "Oh, eso es fácil. Me levanto; me ducho; desayuno; trasteo en internet; veo algún capítulo de alguna serie yanqui; como; veo más capítulos o alguna película; quedo con algún amigo; ceno; más películas y series; leo un rato y me acuesto. Esto es así de lunes a viernes, pura rutina". Entonces la cara del doctor se iluminó. Una extraña sonrisa surgió en ella. "Bien, problema resuelto. No le pasa nada. Sólo es un ciudadano NORMAL".
Si amigos, hoy en día ser normal es todo esto y más. Cuando tenga que pagar una hipoteca, sacar adelante a una familia y pagar mis impuestos todos estos síntomas se agudizarán. Aparecerá la oligofrenia y la alienación. Pero es aquí cuando surge también lo bueno, cuando el ciudadano de a pie se eleva sobre la masa y reclama su puesto. Entonces, y no antes, será cuando mis semejantes me respetarán, incluso puede que me den un premio, o me dediquen una calle. Me convertiré en uno de esos faros de la sociedad y la opinión pública. Una máquina de decir sandeces y perogrulladas, pero las esconderé bajo un lenguaje frlorido y pomposo que haga sentirse al ciudadano medio un ser inferior. Es un buen futuro. Porque cuando sea mayor, quiero ser un ciudadano ejemplar.
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