Últimamente no paro mucho por aquí, y no se bien la razón. Tengo ganas de comentar muchas cosas (la tercera temoporada de Weeds, por ejemplo) pero mi mente no está por la labor. Si ahora me pongo a escribir esto es por no acabar bajo toneladas de excrementos mental.
No tengo nada que contar y tengo mucho que decir, o al revés, o igual no, yo qué sé. He cumplido mi primera semana de trabajo, en una pequeña productora (tan pequeña que sólo estamos el jefe, su mujer y yo) pero no tengo horario y tengo libertad total a la hora de montar los videos. Pero tampoco me apetece hablar mucho de ello y si lo pongo, es por informar.
Y no creais que en estas semanas no se me han ocurrido comentarios. Algunos crecían en mi mente y se estructuraban de forma completa mientras iba de camino al trabajo o al volver de él. Pero no tengo ganas. Estoy bajo los efectos de la desidia, una amiga, un quiste, una hermana siamesa que siempre ha estado pegada a mí. Y lo peor de todo no es el efecto que provoca sino que lo único que me reconforta son dos fotos que le hice al Papa hace ya unos lustros.
Cuando JuanPaaún era un mozo polaco robusto aunque un poco temblón tuvo a bien beatificar a la fundadora de la congregación a la que pertenecía mi colegio. Con ello surgió la oportunidad de un viaje en autobús hasta Roma para ir a la misa y esas chorradas. Ya en el Vaticano, se celebró una misa para los de nuestra congregación oficiada por JuanPa. Allí le tiré una de las fotos y, recurriendo al tópico, todo comenzó.
¿Qué comenzó? Una suerte de maldición que me mantiene casto y puro a pesar de mis infructuosos intentos de romper el maleficio que contra mi persona emitió el Brujo Católico. Alguno os estareís preguntando que como fué posible quie esto se produjera, la solución es que, en un arrebato adolescente, la chavalada de mi colegio nos abalanzamos sobre SuSan(tidad) para chocarle la mano cual si se tratara de Kurt Cobain redivivo. Y fue en ese preciso momento en el que mi mano derecha, ya por entonces pecadora, entró en contacto con la suya. Sólo recuerdo que un leve hormigueo recorrió mi cuerpo, desde la punta del dedo corazón de la mano derecha, hasta el dedo meñique del pie izquierdo. En aquel momento, el pardillo que un día fuí y que sigo siendo no se percató de lo que había pasado. Y lo que había pasado es que el muy cabrón me había ungido, su predecesores cuando elegían a un campesino o un pescador para que levantara una iglesia en Antioquía o en las fuentes del Nilo azul.
Aquel simple gesto, dos manos que apenas se rozan, como si se tratara de un mano frente al reflejo inalcanzable, me convirtió en un pobre demonio cristiano anti-eclesiástico que algun día aceptará su destino y llevará a la Iglesia de Roma hasta su victoria final. Me convertiré, pues, en el Papa Negro que profetizó Nostradamus y el fin de los tiempos estará muy cerca. Por si JuanPa me eligió para que liderara a los ejércitos de Jerusalem contra las hordas heréticas la cosa pinta muy mal.
No tengo nada que contar y tengo mucho que decir, o al revés, o igual no, yo qué sé. He cumplido mi primera semana de trabajo, en una pequeña productora (tan pequeña que sólo estamos el jefe, su mujer y yo) pero no tengo horario y tengo libertad total a la hora de montar los videos. Pero tampoco me apetece hablar mucho de ello y si lo pongo, es por informar.
Y no creais que en estas semanas no se me han ocurrido comentarios. Algunos crecían en mi mente y se estructuraban de forma completa mientras iba de camino al trabajo o al volver de él. Pero no tengo ganas. Estoy bajo los efectos de la desidia, una amiga, un quiste, una hermana siamesa que siempre ha estado pegada a mí. Y lo peor de todo no es el efecto que provoca sino que lo único que me reconforta son dos fotos que le hice al Papa hace ya unos lustros.
Cuando JuanPaaún era un mozo polaco robusto aunque un poco temblón tuvo a bien beatificar a la fundadora de la congregación a la que pertenecía mi colegio. Con ello surgió la oportunidad de un viaje en autobús hasta Roma para ir a la misa y esas chorradas. Ya en el Vaticano, se celebró una misa para los de nuestra congregación oficiada por JuanPa. Allí le tiré una de las fotos y, recurriendo al tópico, todo comenzó.
¿Qué comenzó? Una suerte de maldición que me mantiene casto y puro a pesar de mis infructuosos intentos de romper el maleficio que contra mi persona emitió el Brujo Católico. Alguno os estareís preguntando que como fué posible quie esto se produjera, la solución es que, en un arrebato adolescente, la chavalada de mi colegio nos abalanzamos sobre SuSan(tidad) para chocarle la mano cual si se tratara de Kurt Cobain redivivo. Y fue en ese preciso momento en el que mi mano derecha, ya por entonces pecadora, entró en contacto con la suya. Sólo recuerdo que un leve hormigueo recorrió mi cuerpo, desde la punta del dedo corazón de la mano derecha, hasta el dedo meñique del pie izquierdo. En aquel momento, el pardillo que un día fuí y que sigo siendo no se percató de lo que había pasado. Y lo que había pasado es que el muy cabrón me había ungido, su predecesores cuando elegían a un campesino o un pescador para que levantara una iglesia en Antioquía o en las fuentes del Nilo azul.
Aquel simple gesto, dos manos que apenas se rozan, como si se tratara de un mano frente al reflejo inalcanzable, me convirtió en un pobre demonio cristiano anti-eclesiástico que algun día aceptará su destino y llevará a la Iglesia de Roma hasta su victoria final. Me convertiré, pues, en el Papa Negro que profetizó Nostradamus y el fin de los tiempos estará muy cerca. Por si JuanPa me eligió para que liderara a los ejércitos de Jerusalem contra las hordas heréticas la cosa pinta muy mal.
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