Ya de por si, la religión no es más que una muestra de la debilidad del ser humano que ha de buscar fuera al responsable de su sufrimiento. No es más que la masificación del "... es que el profesor me tiene manía" el que conduce a la invención del dios actual. Digo actual por que los primeros dioses protagonistas de las religiones animistas no son más que la búsqueda de la explicación a fenómenos aparentemente extraordinarios. Pero la ciencia ha conseguido que esos huecos queden cubiertos. Por ello me voy a centrar en el dios moderno (llamadlo como queráis: dios, alá, yavhé o krisnha).
El primer punto que hemos de reseñar es que los dioses sólo pueden existir en un clima de infelicidad del hombre. Cuando el hombre es feliz no va a preocuparse de nada más (un poco como cuando estamos enamorados y todo nos parece de color de rosa). ¿Para que iba a buscar el hombre problemas creando un ser superior de carácter un tanto voluble si es feliz? Es cuando pasa por momentos de infelicidad e insatisfacción cuando decide crear un dios al que poder echar la culpa. Pero esto no se realiza así como así. El dios moderno queda definido con los judíos, pueblo que siempre ha sido perseguido por todo el mundo. Ante esta situación, que ellos consideran injusta, deciden creer que todo forma parte de un plan superior, concebido por un dios que les somete a todas esas penurias que les pongan a prueba para algún día alcanzar la tierra prometida.
Esta externalización de la culpa es una de las señas de identidad de las grandes religiones del desiertos (judaísmo, cristianismo y el islam). Se crea este ente externo al que "culpar" de sus penurias en vez de asumir sus faltas como pueblo responsable. Esto lo podemos reducir a nivel personal en ese ejemplo que comentaba del ".. es que fulano me tiene manía" y por eso suspendo, mi cosecha no es abundante o mi ropa no queda tan limpia después de la colada. Este es el gran problema de las religiones: liberan al hombre de su responsabilidad en cuanto a sus faltas al crear este juez supremo que todo lo perdona en pos de un "rebaño" unido. El echo de que se considere a los fieles de estas tres religiones como un rebaño ya nos debería hacer pensar que algo anda mal.
De los animales de granja, pocos hay más estúpidos que las ovejas. Al establecer esa comparación, la religión deja claro que los pertenecientes a ese grupo son marionetas que no tienen culpa de nada. De ahí que las grandes dictaduras se apoyasen siempre en la religión (los nazis crearon la suya de una conjunción de mística germánica y eslava con toques medievales). El hombre no debe ser una oveja en un rebaño, el hombre debe poder desarrollar su libre albedrío (algo que dios le concedió, por otro lado) y para ello debe ser consciente y consecuente de sus actos.
Por todo esto, considero una debilidad mental el tener que recurrir a un constructo externo (dios) para dotar de sentido mi realidad. Este deformado método inductivo sólo me va a proporcionar excusas para poder actuar de forma insensata y laxa respecto a unas normas. He de ser yo, como sujeto activo y pensante el que dote de sentido a la realidad que percibo, siendo consciente que esa realidad es únicamente mía (puesto que se configura a través de los sentidos) y que mis acciones repercuten en la realidad de los demás. Es decir, que hay que actuar de forma deductiva, siendo conscientes que no hay nada "ahí fuera" que nos obligue, ordene y vigile salvo las percepciones de los demás individuos. Tampoco quiero decir que tengamos siempre la culpa (o que nunca la tengamos) sino que somos nosotros, como individuos, y la sociedad, como conjunto, los que se han de repartir a partes iguales los papeles de víctima y verdugo. De producirse un desnivel en este reparto surgen conceptos tan religiosos como "el otro": siempre serán los otros pueblos, sociedades y religiones las culpables de nuestros males, envidiosas de nuestra relación con dios.
Como regalo: una pequeña historia del universo por Asimov:
Mi hermano empezó a dictar en su mejor estilo oratorio, ese que hace que las tribus se queden aleladas ante sus palabras.
-En el principio ,dijo, exactamente hace quince mil doscientos millones de años, hubo una gran explosión, y el universo…
Pero yo había dejado de escribir.
-¿Hace quince mil doscientos millones de años? pregunté, incrédulo.
-Exactamente ,dijo. Estoy inspirado.
-No pongo en duda tu inspiración -aseguré. (Era mejor que no lo hiciera. Él es tres años más joven que yo, pero jamás he intentado poner en duda su inspiración. Nadie más lo hace tampoco, o de otro modo las cosas se ponen feas.). Pero ¿vas a contar la historia de la Creación a lo largo de un período de más de quince mil millones de años?
-Tengo que hacerlo. Ese es el tiempo que llevó. Lo tengo todo aquí dentro ,dijo, palmeándose la frente, y procede de la más alta autoridad.
Para entonces yo había dejado el estilo sobre la mesa.
-¿Sabes cuál es el precio del papiro? ,dije.
-¿Qué?
(Puede que esté inspirado, pero he notado con frecuencia que su inspiración no incluye asuntos tan sórdidos como el precio del papiro.)
-Supongamos que describes un millón de años de acontecimientos en cada rollo de papiro. Eso significa que vas a tener que llenar quince mil rollos. Tendrás que hablar mucho para llenarlos, y sabes que empiezas a tartamudear al poco rato. Yo tendré que escribir lo bastante como para llenarlos, y los dedos se me acabarían cayendo. Además, aunque podamos comprar todo ese papiro, y tú tengas la voz y yo la fuerza suficientes, ¿quién va a copiarlo? Hemos de tener garantizados un centenar de ejemplares antes de poder publicarlo, y en esas condiciones ¿cómo vamos a obtener derechos de autor?
Mi hermano pensó durante un rato. Luego dijo:
-¿Crees que deberíamos acortarlo un poco?
-Mucho -puntualicé, si esperas llegar al gran público.
-¿Qué te parecen cien años?
-¿Qué te parecen seis días?
-No puedes comprimir la Creación en sólo seis días ,dijo, horrorizado.
-Ese es todo el papiro de que dispongo ,le aseguré. Bien, ¿qué dices?
-Oh, está bien concedió, y empezó a dictar de nuevo. En el principio… ¿De veras han de ser sólo seis días, Aarón?
-Seis días, Moisés dije firmemente.
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