Aupa familia. Vuelvo a reengancharme a este vuestro blohs preferido para realizar un pequeño análisis de la actualidad y de ciertas cosas que me causan molestias en mi inmaculado escroto. Antes de nada informar que en la actualidad me encuentro bien de salud tras la operación de cambio de género donde mudé del tan simple género narrativo a otro más acorde con mi condición de líder de masas con esencia mesiánica como el género épico.
Tras esto me gustaría comentar que las cosas en Bilbao van bien, podrían ir mejor, sí, pero aunque no viva en la mansión Playboy ni conduzca un Lamborghini Gallardo Superleggera las cosas podían ser mucho peores; podía vivir en Madrid disponiendo de la misma pasta. Para todos aquellos que no sepan nada de mi vida más reciente (esto es, los últimos cinco meses) comentar que empecé un curso de Dirección de Fotografía el cual ha resultado ser bastante interesante, pues va a aportar una serie de personajes dignos de ocupar el Olimpo de No puedo creer que exista gente así realmente. Pero de momento mantendré un prudente silencio hasta que las hostilidades se hayan abierto definitivamente. Actualmente, me encuentro en la fase de puyas y triples sentidos con piruetas cómico-festivas que, auguro, tendrá su primer clímax durante la cena de Navidad alimentada por un par de botellas de rioja y algún que otro cigarrito de la risa.
Pero a pesar de ser un chico de evidente atractivo físico y estar en edad de merecer, no todo es un camino de rosas. La primera piedra esta representada por unas obras que están realizando en la bella fachada de mi noble vivienda, sita en el Casco Viejo de Bilbao (vamos, a tiro de lapo del kilómetro cero del mundo y, por extensión, del Universo conocido). La obrita de marras, perpetrada por una suerte de Manolos y Benitos multiculturales, lleva tocádonos (a mí y a mis compañeros de piso) los cojones durante más seis meses y lo que te rondaré morena. En este tiempo he tenido oportunidad de apreciar los diferentes métodos de pasividad laboral obreril así como de chapuzas varias que darían para escribir una segunda parte de la novela Guerra y Paz, aunque en esta secuela habría un mayor desarrollo psicológico de los personajes motivado por el deterioro de nuestro estado mental de tanto lidiar con esta panda de vagos que dicen llamarse obreros de la construcción (nada que ver con los apuestos y gallardos obreros protagonistas de uno de los más insignes capítulos de la serie Búscate la vida- aquí 1 y 2).
Otro aspecto negativo es la falta de trabajo remunerado que me ayude a sobrellevar las penas. La tan cacareada crisis se ha convertido en una excusa perfecta para no tener que dar oportunidades a la chavalería en el mercado laboral o, peor aún, ofrecerle unos salarios y unas condiciones laborales que convertirían un taller clandestino de confección vietnamita en un centro ejemplar en el trato al proletariado.
Aún con todo, estoy contento en esta ciudad y estoy ya aclimatado perfectamente a los usos y costumbres de los bilbaínos. Los potes y los pintxos conforman parte de mi exigua dieta pero todo sea por ser un txikitero de pro. También mi modo de pensar se va pareciendo más al de un bilbaíno como dios manda y se me calienta la boca rápidamente a la hora de exagerar algo, apostar o de retar a alguien. Esto es un punto fundamental para que a uno se lo considere "del mismo centro de Bilbao", puesto que un buen bilbaíno no tiene miedo a nada ni a nadie si de por medio hay una apuesta que justifique la futura estupidez a cometer. Como muestra un botón: el padre del gran boxeador Urtain murió durante una apuesta al retar a sus amigos a que aguantaba que 10 personas le saltaran sobre el pecho una detrás de otra; el hombre lo consiguió, pero enchido de orgullo, dijo que saltara otro más que los diez primeros le habían parecido un calentamiento; el problema fue que el undécimo le hundió el pecho, bastante perjudicado a esa alturas, matándolo en el acto. Pero a pesar de esta historia que puede causar sorpresa en más de uno ante tamaña estupidez, he de decir que al padre de Urtain se le tiene respeto por haber muerto en medio de una apuesta tan épica.
Otra cosa que he podido vivir ha sido el Aste Nagusia o Semana Grande de Bilbao celebrada en Agosto y que demostró ser una batalla contra el sentido común y las mas elementales formas de desarrollo humano. El Aste Nagusia es una semana donde el kalimotxo, la cerveza y el speed corren por las venas de toda persona menor de cuarenta años como si fueran a ser prohibidas al día siguiente. A estas sustancias han de añadirse cientos de miles de millones de pintxos que uno ingiere para mantenerse en pie. La combinación Champiñones con salsa picante regados con kalimotxo del infierno y aderezado con gramos de speed produce en los sujetos un estado alucinatorio- acelerado que provoca situaciones que pueden parecer extrañas en cualquier otro lugar pero de lo más normal para los locales. Si queréis tener una idea aproximada, leeros el libro Payasos en la lavadora de Alex de la Iglesia. Es un libro que da una imagen aproximada pero que se queda corta en cuanto al descerebre y la anarquía reinante.
Por lo demás, hemos visto todos como el mundo se va otra vez a la mierda (y van...), un negro es presidente de los EE.UU. (aunque si uno escucha la COPE o ve Intereconomía parece que es un ario con adicción a los rayos UVA como Zaplana), la televisión y el cine estatal (así se refiere un vasco a todo lo venido de allende la Rioja) son una castaña y que a mis hijos los educaré para que roben y trinquen todo lo que puedan del erario público pues no sólo vivirás de puta madre sino que harás entrevistas de altísimo nivel con damas de la pequeña pantalla como ARghhh y Mari Tere Campos. Y por si fuera poco, el imbécil del Pablo Motos no se ha matado todavía en uno de los experimentos de mierda que hacen en su subprograma.
En fin, me voy a ir al bar que casi es la una del mediodía y sólo me he tomado treinta y siete vino y cuarenta y cinco pintxos. Agur.
Y de regalo: Bilbao por la frikipedia.
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