Desde hace un tiempo, la derecha ha marcado un camino y unas directrices para ser español. Y todo aquello fuera de ese camino queda señalado como algo negativo o incluso contrario.
En ese lote de características que conforman el buen español ( y único válido) destacan símbolos como la bandera. Ese pedazo de tela de color rojo y amarillo es el que acoge a todos aquellos que vivimos en este país. O debería acoger. La derecha ha decretado que solo ellos pueden ondear ese símbolo de forma legítima y que todo aquel que la ondee pertenecerá a su credo político- económico. Ese movimiento, que lleva muchos años forjándose, pero que ha sido en los últimos años de repeticiones electorales y cuarentenas en los que parece haber dado sus últimos retoques, nos expulsa a muchos que nos sentimos españoles pero sin la vehemencia ultra. Españoles que agradecemos estar en un país que proporciona una sanidad de calidad y gratuita; una educación pública que resiste a los intentos de derrumbe que desde los gobiernos han iniciado y que tira de oficio y vocación para salir adelante; un bagaje histórico y cultural envidiable, con sus muchas realidades históricas, recogidas en sus agrupaciones autonómicas; un país formado por gente que está por encima del nivel mostrado por sus gobernantes.
Yo me siento español, de forma tranquila, pero igual que me siento gallego y vigués, y ahora un poco vasco: agradecido de tener la suerte de estar aquí, sabiendo que no lo puedo llamar orgullo porque el lugar de nacimiento no se elige.
Pero mi problema está en que no me dejan ser español de una manera diferente a la suya. Porque un grupo ha decidido que ser buen español es ser egoísta y solo pensar en las rentas altas; ser buen español es aprovecharse del trabajo de tus empleados esclavizados; ser buen español es querer tener un acceso a la sanidad o la educación solo para unos pocos; ser buen español es sembrar odio sobre el de fuera si viene en patera pero besarle los pies si su dinero está manchado de sangre. Para ellos, en definitiva, ser buen español es que la mayoría de españoles no lo puedan ser.
Y yo me quedo, como muchos, en una tierra de nadie, expulsados de un espacio simbólico pero no del físico. Vivimos en España, cumplimos con sus leyes y pagamos nuestros impuestos, pero no podemos ser españoles. Somos los neo-apátridas: náufragos en nuestro propio país, forasteros en tierra propia.